Impostores

Acabo de escuchar un podcast en el que se hablaba del “síndrome del impostor” y me quedo con la impresión de que no siempre se entiende el fondo de la expresión.
No es un caso aislado, en los últimos meses he escuchado interpretaciones similares del «fenómeno».
En todos los casos, se le atribuía a alguien que obtiene un cargo, puesto o reconocimiento para el que no esta suficientemente preparado y teme que le descubran.

Pero esto no es así.

El fenómeno del impostor no es un problema de falta de competencia, sino de falta de confianza.

La inmensa mayoría de las personas que experimentan el Fenómeno del Impostor (PI) difícilmente dirían: «Me siento como un impostor». Sin embargo, cuando leen u oyen hablar de la experiencia, dicen: «¿Cómo sabes exactamente cómo me siento?». ¿Y cómo se sienten? Aunque a menudo tienen mucho éxito según los criterios externos, creen que su éxito se ha debido a una misteriosa casualidad, a la suerte o a un gran esfuerzo; temen que sus logros se deban a «rupturas» y no al resultado de su propia capacidad y competencia. También están bastante seguros de que, a menos que realicen esfuerzos titánicos para lograrlo, el éxito no podrá repetirse. Temen que la próxima vez lo eche a perder.

Fuente: Pauline Rose Clance

Se da por tanto en personas perfectamente formadas, capaces, y que desarrollan perfectamente su labor.
La desarrollan tan bien, que destacan y son elogiadas por ello, y aquí nace el problema.
La persona que sufre “síndrome del impostor” no le da valor su esfuerzo, no cree que sea merecedoras de elogio, ni merecedora del éxito, cree que “eso” lo podría haber hecho cualquiera, que fue cuestión de suerte…
Sin embargo hay pruebas externas, objetivas de su competencia: su buen hacer no es una ilusión.

Es por tanto, un problema psicológico.

El término fue acuñado por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, año en el que publicaron un artículo sobre este síndrome, llamado «The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention».
Estudiaron sólo a mujeres, ya que era (creían) el colectivo en el que más abundaba este problema:

Las investigadoras encuestaron a más de 100 mujeres, aproximadamente un tercio de las cuales participaban en psicoterapia por motivos distintos al síndrome del impostor y a dos tercios de las cuales conocían por sus propias conferencias y grupos de terapia. Todas las participantes habían sido reconocidas formalmente por sus colegas por su excelencia profesional y mostraban logros académicos a través de títulos educativos y puntuaciones en pruebas estandarizadas. A pesar de la constante validación externa que recibían estas mujeres, carecían de reconocimiento interno de sus logros. Cuando se les preguntó por su éxito, algunas participantes lo atribuyeron a la suerte, mientras que otras creían que la gente había sobrestimado sus capacidades. Clance e Imes creían que este marco mental del fenómeno del impostor se desarrollaba a partir de factores como los estereotipos de género, los problemas familiares, las normas culturales y el estilo de atribución. Descubrieron que las mujeres del estudio experimentaban síntomas de «ansiedad generalizada, falta de confianza en sí mismas, depresión y frustración relacionada con la incapacidad de alcanzar los niveles de logro autoimpuestos»

Sin embargo, investigaciones más recientes han constatado mayoritariamente que el fenómeno (síndrome) del impostor se da por igual en hombres y mujeres. Las mujeres suelen enfrentarse al fenómeno de la impostora en relación con el rendimiento.
La percepción de capacidad y poder se pone de manifiesto al superar a los demás.
En el caso de los hombres, el fenómeno del impostor suele estar motivado por el miedo a no tener éxito o a no ser lo suficientemente bueno.

Pero ese miedo al fracaso es un problema de falta de confianza, no de capacidad.
Un ejemplo, en un estudio de Cokley y colaboradores en 2013, concluyeron que muchos de los estudiantes de minorías étnicas sentían que habían sido aceptados para acceder a la universidad debido a “discriminación positiva” y no debido a su valía académica.

Aunque el síndrome del impostor no es una condición patológica, es un sistema distorsionado de creencias sobre uno mismo que puede tener un poderoso impacto negativo en la valoración que un individuo hace de su propia valía


Como curiosidad, después de escribir este artículo, le pedí a Bing Chat que me explicase en qué consistía el “síndrome del impostor”, sin más, una pregunta escueta,  clara y directa.
El resultado tras 2 segundos escasos fue este:

El síndrome del impostor es un trastorno psicológico en el que las personas exitosas se sienten incapaces de reconocer sus logros y tienen miedo de ser descubiertas como un fraude. Estas personas piensan que su éxito se debe a la suerte, la casualidad o la ayuda de otros, y no a su propio talento o esfuerzo2. El síndrome del impostor puede afectar a cualquier persona, sin importar su género, edad, profesión o nivel de habilidad.

Algunos síntomas del síndrome del impostor son:

  • Dudas constantes sobre las propias capacidades y competencias.
  • Miedo a no estar a la altura de las expectativas de los demás.
  • Perfeccionismo y autoexigencia excesiva.
  • Dificultad para aceptar elogios o reconocimientos.
  • Sentimiento de culpa o vergüenza por los logros obtenidos.
  • Comparación frecuente con otras personas que se consideran más exitosas o capaces.

El tratamiento del síndrome del impostor puede incluir terapia psicológica, coaching, técnicas de relajación, autoafirmación y apoyo social.  El objetivo es ayudar a la persona a desarrollar una autoestima más positiva y realista, a valorar sus fortalezas y habilidades, a aceptar sus errores y limitaciones, y a confiar en su capacidad para afrontar los retos y oportunidades que se le presenten.
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Nada más que añadir, señoría