Si crees que más o menos dominas tu situación. Si tal como lo tienes montado es poco probable que surjan sorpresas ni imprevistos con los que no puedas lidiar. Si crees que las personas de tu entorno, las que te importan, te tienen en buena estima (las otras te da igual). Si no te buscas problemas. Si consideras que más o menos todo está bien. Si ese entorno controlado, tranquilo, con todo o casi todo previsto, te satisface.
¿Para qué asumir riesgos?
Con lo que ha costado llegar hasta aquí, mejor sacarle partido y recuperar lo invertido.
Si decides que así te va bien, que mejor no tocar nada y que por tanto ahí pones tu límite, acabas de definir, acabas de marcar tu zona de confort
Es tentador.
Mejor favorecer las situaciones que dominamos, en las que nos encontramos cómodos, no nos requieren esfuerzo o sencillamente no las percibimos como amenaza, que apostar por satisfacciones probables: “más vale pájaro en mano que ciento volando”
Sin embargo, a la larga, la ausencia prolongada de cambios, de estímulos, de retos, acaba conduciendo a la monotonía, a lo anodino, al estancamiento.
Cuando las cosas se llevan con mesura, duran más, pero aportan menos.
Lo tibio no quema por eso pasa desapercibido, ni nos marca, ni deja huella: lo olvidamos y lo olvidan.
Pero todo bien si eso es a lo que aspiras
Respect