En el salón “Navascués” del hotel, seríamos casi 50 personas.
Sobre el escenario, el individuo se movía con aplomo, rebosaba seguridad.
Dinamismo, pausas dramáticas, bromas certeras, ritmo, ritmo…
El público se dejaba embelesar, de hecho lo deseaba. El ambiente invitaba a “venirse arriba”, cosa que sabía explotar magistralmente aquel sujeto.
Fue todo un lujo. Se hizo corta la conferencia.
Lo comentamos una y otra entre el equipo mientras nos tomábamos unas cervezas. Salimos realmente motivados, todos.
Nos íbamos a “comer el mundo”.
Unas horas más tarde, ya en casa, le relataba este acontecimiento a mí pareja.
Intenté resumirle la sesión, pero no encontré las palabras; no era fácil explicarlo.
En realidad no recordaba nada en concreto, más bien era esa sensación de euforia, de poder, de fuerza… aún la sentía, aunque tengo que reconocer que se había desvanecido una buena parte…
…pero claro, en casa y con las cosas del día a día, no es lo mismo.
Por cierto, que no se me olvide pasar mañana por la tintorería