Recuerdo un capítulo de una genial serie cómica que se emitió entre 2005 y 2010 aproximadamente en el que bajo el título «por algo será» (min 15:45) parodiaba como podemos llegar a aceptar normas sin más, incluso absurdas.
Y no sólo las respetamos, sino que las transmitimos y las hacemos respetar.
Todo ello a pesar de desconocer de dónde vienen ni qué función cumplen; transmitimos comportamientos, creencias, normas, que creemos inmutables o que obedecemos ciegamente.
Al respecto, circula una anécdota (disfrazada de experimento, pero NO existe tal experimento), que ilustra cómo se crean estas pseudo-normas.
Todo empieza con cinco monos encerrados en una jaula.
La jaula tiene dos alturas. Los monos están en el piso inferior y en la plataforma superior, a la que se accede por una escalera de mano, hay unos llamativos plátanos.
Lógicamente los monos tardan poco en dirigirse a la escalera para subir, pero en cuanto el primero de ellos pone un pie en la escalera, se le lanza un potente chorro de agua helada. No sólo al mono que intenta subir, sino a todos los monos, a los cinco.
Imagina el alboroto.
El instinto (el hambre) incita a los monos a intentar una y otra vez accede a la escalera, pero no se necesitan muchas repeticiones para que todos aprendan.
Al poco tiempo, ninguno se acerca siquiera a la escalera.
Lo interesante empieza ahora, sigue leyendo.
En el inexistente experimento, sustituyen a uno de los monos, por un novato, desconocedor de las normas.
¿Adivinas lo que va a pasar en cuanto se acerque a la escalera?
Pues si, el resto de compañeros le hacen desistir «amablemente».
Este novato, lógicamente acepta los “consejos» de los que han vivido previamente la desagradable experiencia de encaramarse a la escalera.
Lógico.
Luego se siguió sustituyendo a los monos originales por noveles, hasta que todos, los cinco eran nuevos, ninguno había sufrido el chorro helado, pero todos asumían que a la escalera no se podía subir, aunque no supiesen porqué y además participaban activamente en hacer desistir a cada recién llegado.
No sólo obedecían unas normas sin tener motivo para ello (a esas alturas no había chorro de agua que les impidiese subir) sino que transmitían esa norma, la perpetuaban también sin motivo.
¿Sabes por qué?
¡Por algo será!
Nota: después de dejar esta entrada programada, Sergio publicó algo que de algún modo trata de lo mismo, pero desde otro punto de vista.
Te recomiendo encarecidamente su lectura AQUÍ